Al preguntarse todas las noches ¿qué has aprendido hoy? se mantiene la presencia durante el transcurso del día. Se discrimina entre la fluctuación redundante de lo vivido (la ausencia) y la consciencia de lo que siempre estaba ahí pero nunca había sido percibido. Esa pregunta ingenua, infantil si se quiere, refresca la mirada y la escucha, y puede ser el remedio a vidas enajenadas, alienadas... ausentes.
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